Como agua para chocolate
A pesar de haber visto la película como 3 veces, siempre quise leer este libro. La historia es exactamente la misma, pero su narrativa provoca el hambre y antojo con cada platillo descrito.
Estoy segura que hasta al mas
fitness le hace agua la boca. Lo más interesante y delicioso es la forma en que los elaboraban, cuando no había conservadores, refrigeradores, licuadoras y cosas semihechas por doña María o por la Costeña.
Con mucha razón están buscando que la comida mexicana sea considerada "patrimonio de la humanidad". Cocinar es un arte, que nosotras las mexicanas liberadas (¿?) del yugo inquisidor y falico consideramos una perdida de tiempo. Si tenemos suerte de aun tener abuelas no tenemos necesidad de ir a restaurantes de "alta cocina mexicana" (lo que sea que signifique eso) para comer un rico mole, arroz, caldo o frijoles.
Que bueno era cuando no existían todas esas teorías en las que todo engorda, todo te eleva el colesterol o provoca cáncer. Lo único que nuestras abuelas buscaban era que no dieran demasiados gases. Por eso cocinaban con manteca de cerdo, chorizo, leche entera, azúcar y demás cosas prohibidas en el plan de mantenimiento de slim fast y special-K.
De chiquilla mi abuelita nos hacia unos frijoles deliciosos (con manteca), que quedaban muy espesos y nos lo comíamos calientitos con tortillas de harina recién hechas. Comíamos tan rápido que nos peleábamos por la tortilla que estaba por salir del comal. Sus tamales en navidad no tenían comparación (a la fecha no he probado ningún otro igual) y su elaboración también era todo un ritual en el que participaban las hijas y algunas nueras. En consecuencia ahí estábamos un montón de primos jugando, peleando y volviendo a jugar, a quienes tenían que alimentar en tiempos arcaicos en que Domino´s Pizza no se encargaba de eso. El atole de fresa para acompañar era infaltable. Creo que molían las fresas en molcajete para que quedaran medias enteras y mas el atole mas espeso.
Además la comida cura. Ya sea gripa, tos o dolor de estomago el caldo de res o de pollo hace maravillas. También el té de pelos de elote. Pero había que tener cuidado con agua de alfalfa con apio o solo de apio porque si te enojabas después de tomarla, podías enfermarte. Obviamente esto no es cierto, pero con eso dejábamos de pelearnos.
Me confieso completamente adicta a todas las "porquerías" que venden fuera de los templos o en las plazas del centro. Elotes, guasanas, chicharrones con cueritos, plátanos y camotes de esos que cocinan al carbón. Me arrepiento de no haber empezado a comer antes tortas ahogadas en Guadalajara por mi orgullo chilango o menudo por viscoso.
La comida mexicana es deliciosa y muchas veces placentera, no estaba muy errada la Esquivel en hacer que los platillos de Tita provocaran reacciones secundarias involuntarias.
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