Bárbara
Con el alba ya está frente a los fogones del brasero de la gran cocina del rancho, de piso de lajas de barro. Alegres las lumbradas de los fogones. Las silenciosas indias van y vienen. Entran los peones.-Ave MarÃa purÃsima. Buenos dÃas la patrona.
-Ave MarÃa purÃsima -contesta Bárbara. Buenos dÃas, Hilario. Buenos dÃas, Guadalupe. Buenos dÃas, jacinto.
Beben el aguardiente. Cada uno trae al costado su garrafón de pulque, recibe la ración de tortillas y frijoles y se va.
-Quede con Dios la patrona.
-Ve con Dios, Hilario. Ve con Dios, Guadalupe. Ve con Dios, jacinto.
El rancho es de tierra frÃa.
Bárbara es rubia y gruesa, ojos azules, rostro sereno, o sosegado, y un casi imperceptible movimiento en los labios.
-Son avemarÃas -dice alguna vez. SÃ, a todas horas. Me entretienen, me ayudan a pensar, tú ves que no me impiden entender ni atender a lo que debo atender. Y si te acostumbras acaban siendo como música; es decir, una música que suena por dentro. Dirás que es por boba, pero a ver: asà es una.
-Ya la carne en la sartén, Hilaria, ya viene el señor. Guadalupa, calienta el pan. Quita de la lumbre la leche de los niños, Jacinta, ponle la yerbabuena.
Jacinta aparta la olla de la leche hirviendo y le echa una ramita de yerbabuena. Las mujeres llevan el nombre de sus hombres, no hay apellidos.
Entra el marido, de cuerpo poderoso, de bigote en puntas hacia arriba. Sus espuelas sacan chispas de las lajas y las van llenando de estrÃas como cicatrices. Asà se ve todo el piso. Se sienta con estrépito y dice:
-Buenos dÃas -voz imperiosa y grave.
Revuelo de las indias que van y vienen y contestan azoradas. Voces de tiple, como suspiros o súplicas:
-¡DÃas, patrón! ¡DÃas! ¡Patrón, patrón!
Está a la cabecera de la mesa. Las indias sirven los platos, en una actitud de semi reverencia invariable. Bárbara se sienta a un lado y cruza las manos sobre la mesa.
-Vamos a Tepotzotlán -dice el hombre.
-Sà -dice Bárbara.
-No vengo a comer. La cosa no está fácil.
-Saldrá bien -dice Bárbara.
-De dónde estás tan segura.
-Saldrá bien -dice Bárbara y sonrÃe a su marido.
-Bueno -dice él-, voy con esa certeza.
-La zanja allá atrás quedó honda. HabÃa un nido de hocicos de puerco. ¡Ah pues estuvieron allÃ, vieron las serpientes! -dice él.
-Hasta la noche me estuvieron pidiendo que les regalaras una, para guardarla -dice Bárbara.
-ImagÃnate. Mejor que no vaya por allÃ, no se sabe si habrá quedado alguna.
-Claro. Por supuesto.
Cuando va a salir, inmóvil y puesto en pie, recibe la bendición de Bárbara y debe besar la cruz en su mano. Cuando va saliendo, con el raspar de las espuelas se oyen los primeros gritos de los niños, y Bárbara corre a la recámara. Tira de las cortinas. Son las seis de la mañana. La luz entra a torrentes, helada luz. La griterÃa de los niños sube, se hace ensordecedora, y Bárbara va diciendo las avemarÃas en voz cada vez más alta, hasta que los niños comienzan a repetirlas y poco a poco se calman y se arrodillan.
Los limpia, los peina, los viste, los lleva a la cocina, al humeante desayuno, despacio porque el más pequeño está aprendiendo a caminar.
Sorbiendo de un tazón de leche, los ve comer, devorar. El continuo temblor en la boca sonriente.
Al baño los niños, quieras que no. Y después al corral de atrás, donde anda suelta la vaca, y están las gallinas, los pirules, el alazán, los borregos y los chivos. Un dÃa vieron los niños al gavilán bajar contra dos gallos que se le enfrentaron, el gavilán los desgarró y se llevó una gallina; lo vieron elevarse y la gallina gritaba con espanto y las otras se arracimaron en el gallinero, y la boruca era terrible.
-El gavilán es malo -dijo Bárbara.
Fascinados y aterrados los niños dijeron:
-No.
Y desde entonces jugaban a ser el gavilán. E invariablemente el hermano pequeño era la gallina, y procuraban alzarlo para dejarlo caer entre las yerbas. Fue cosa imborrable lo del gavilán. Y en el corral está la ercina: una montañita de pastos y zacate secos, de forma de pirámide trunca, que los niños trepan a gatas y por cuyos lados bajan dando maromas. Acaban felices, hechos un asco, pestilentes e invadidos de tierra fina y hojarascas.
-Mamá -dice el mayor- ¡a la troje!
-¡A la troje a los ratones! -dice la niña.
-¡Datones! -dice el más chico.
-A la troje a los ratones -dice Bárbara.
Y salen corriendo hacia la troje. Hay que correr entero el anchÃsimo corral. El pequeño cae y se levanta, y cae y se levanta desgañitándose:
-¡Epédenme, epédenme!
Allá va Bárbara. Su risa suena cristalina y llena en todo el rancho.
-...MarÃa, el Señor es y yo y yo ¿con qué podré pagar esta felicidad? de tu vientre Dios te salve ¡cuidado ahà hay hormigas, dale la vuelta al hormiguero! llena eres de gracia...
Extracto de 35 mujeres, de Ricardo Garibay
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